La cualidad de nuestras convivencias depende de las relaciones que tenemos con nosotros-mismos, el entorno y lo demás. Es la esencia misma de los cambios del mundo actual. Desarrollamos aquí una parte de los elementos que condicionan estas relaciones con uno-mismo. Los términos que empleamos aquí lo son en su sentido profundo y original mientras que los mezclamos a menudo.
Estas relaciones son la expresión de la manera en que concretizamos las ideas recibidas vía nuestra persona. De su cualidad depende la precisión de nuestras relaciones. Si nuestras ideas son sometidas a la dominación del “yo” o del “mi”, ellas se transforman, se limitan y se condicionan a causa de las exigencias del ego que es quien construye una separación. Entonces nuestras expresiones se convierten en manipulaciones de amor y de sabiduría que hacen perder el sentido de lo incondicional y de la autenticidad de nuestra personalidad. Para comprender este proceso es necesario comprender el significado de la personalidad y de la identidad con sus construcciones del “yo” y del “ego”.
La personalidad es la interfaz o el médium (máscara) de interactividad entre el principio universal y sus manifestaciones, entre otras en nuestras dimensiones. Este interfaz permite que el sonido (el verbo) dado por el principio creador (llamado también Dios) se concretiza o se encarna tomando forma y fuerza en un cuerpo de luz. La personalidad une las experiencias de lo creado con su principio creador para que pueda funcionar como una imagen de la personalidad original, experimentando en directo sus sonidos originales y creadores en una forma concreta. Entonces, nuestra personalidad es una cualidad divina y especifica de la personalidad original, infinita y universal, conferida a todo sistema energético vivo que incluye el mental y el espiritual.
La personalidad de lo creado es única en su relación con su principio universal. Igualmente es única y no cambiante en el tiempo y el espacio, en la eternidad y en el paraíso. Gracias a ella podemos conectarnos con el conjunto y referenciarnos en las diferentes realidades de la creación. Es relativamente creativa y “no totalmente sometida” a las restricciones de la ley de causa y efecto (karma). A las criaturas les empuja que su inteligencia hace el esfuerzo de maestrear la energía material donde el primer impulso es sobrevivir. No tiene identidad pero puede unificarse con la identidad de todo sistema energético vivo.
Podemos definir nuestra personalidad única como nuestro doble o nuestro ser superior. Es capaz de evolucionar por encima de los límites espaciales-lineales-temporales y vibratorios de las dimensiones de la tierra. Puede entonces anticipar sobre las consecuencias de las experiencias que nuestro potencial tendrá en el futuro e informarnos sobre ellas mediante intuiciones y señales luminosas con la condición de que no estemos separados de ella por nuestro ego.
Separados de nuestro ser superior podemos proyectarnos solamente en un futuro sombrío y azaroso porque es desconocido e impenetrable para nuestra mente concreta limitada. El concepto de la identidad encuentra su origen en él.
La identidad es un concepto subjetivo de la mente concreta. La crea como una reacción de orientación para darnos cuenta de nuestra unión con nuestra personalidad. Forman una unión por medio de sueños, intuiciones y señales. Desde el momento que la identidad se desarrolla viene el yo o el mí. Pues puede tomar diferentes niveles que se presentan como la trinidad de nuestra identidad:
- el niño: es el nivel más puro de la identificación del yo (mí) con nuestra personalidad y el menos condicionado. Es el yo lo más cercano de su integración en el ser superior y el alma. Es por lo que empleamos en el plano espiritual la imagen de ser como un niño en nuestro comportamiento con la diferencia de que el niño es inconsciente y por consecuencia vulnerable mientras que nuestra finalidad es de ser conscientes y responsables.
En su estado principal de la vida encarnada, lo único que tiene que hacer es sobrevivir: respirar, comer, dormir y evacuar lo que ya no es necesario. Duerme mucho para soñando guardar el contacto intenso con el ser superior de su personalidad que ofrece a sus cuerpos inferiores las informaciones que procuran un futuro óptimo.
Paralelo a lo que nos pasa a través de nuestra intuición, en el estado del sueño paradoxal estamos conectados con nuestra fuente y recibimos las indicaciones necesarias para expresarnos de manera más adaptada y correcta para sobrevivir. Durante el sueño hacemos una especie de reprogramación de nuestros cuerpos por medio de las ondas theta del plano subconsciente. El sueño es tan importante para nosotros y también para el niño por razones de protección. Los cuerpos inferiores del niño no permiten adaptaciones o impactos fuertes por falta de experiencias en su encarnación reciente. No puede ya soportar una interactividad intensa con un mundo muy condicionado y limitado que nos separa del potencial de nuestro ser superior.
En la medida de su crecimiento se permite una mayor interactividad con el entorno y el yo aprende defenderse y adaptarse. Sin embargo, también para el adulto la conexión con su fuente es importante como medida de equilibrio y de reorientación con el propio plan del destino.
El yo como primer impulso de sobrevivir se concentra en principio en el sexo y el sacro que reparte la energía vital a través del cuerpo. En la medida de las experiencias, la energía vital se diversifica y pasa a ser también energía sexual, emocional, mental y espiritual. En principio, inocentes e inconscientes, los niños se condicionan por la interactividad con las energías condicionadas de las otras personas y de su entorno. Acentúan de esta manera la formación y la dominación del ego que disminuye el papel de la personalidad de nuestro ser superior por el principio de la separación. El niño entra pues en el estado de la adolescencia.
- el adolescente: es el niño que se despierta de su inconsciencia a través de experiencias que lo separan de la inocencia y de la autenticidad de su ser superior. Esta separación con su doble superior, provocada por limitaciones, frustraciones, condicionamientos y sumisiones, estimula un comportamiento “revolucionario o rebelde”. Refuerza la necesidad de construir mentalmente una personalidad egocéntrica y artificial, llamada ego. Corresponde a la intensificación de su comprensión mental, lo que necesita para su defensa expresando más y más abiertamente su voluntad en forma de “yo quiero”.
Esta identidad egocéntrica de protección está afianzada, como pasa para todo el mundo alrededor, proyectarse en la obscuridad del futuro. Este afianzamiento para crear un futuro de fantasmas e ideales que no tienen porqué corresponder a las indicaciones que podría recibir de su doble superior. Las debilidades y deformaciones que lo condicionan y rodean, a menudo no superadas, refuerzan la construcción mental de su ego. Se convierte en una fachada de protección, ocultando sus lados oscuros contra los ataques del exterior. Los adolescentes construyen así su propio paraíso, que los adultos tienen a menudo dificultades para comprender y aceptar. El ego forma efectivamente una visión personal, a veces muy exclusiva y limitada fuera del orden “normal”, como razón y finalidad de su vida. Existe el riesgo de que vea al otro no como una ayuda sino como un competidor que amenaza la realización de su ideal. Para lograr sus metas va entonces manipulando la armonía del conjunto en que vive.
El problema del adolecente es la integración y la armonización con el conjunto. La energía de sobrevivir del sacro se desplaza en este periodo hacia el corazón y su centro energético en la espalda. El corazón es el centro de armonización universal. Hace la relación con el dinamismo vital del alma gracias a que ésta permanece encarnada. El corazón emplea para eso la técnica de la armonización con todas las partes del cuerpo y la apertura hacia el entorno y el otro.
La energía vital se convierte ahora también en energía sexual. En el proceso de separación, su ser superior estimula más intensamente el aspecto sexual de la energía vital como respuesta a la necesidad del alma de recibir los alimentos para la liberación de su potencial creativo. La sexualidad es una expresión directa de la creatividad y estimula el despertar de la conciencia. Según el caso, esta energía se fija (nostalgia a la inocencia y a la indiferencia de la infancia), se eleva (aumento de la sensibilidad para el otro y para la actividad mental para comprender mejor) y/o se sublima hacia los planes superiores de la sensibilidad, de la inteligencia y de la conciencia.
- el adulto: cuando el adolecente se vuelve adulto sus ideales se enfrentan con la realidad de los otros. El yo busca defenderse y consolidar sus construcciones y proyecciones en la consolidación de su ego. Oculta en la medida de lo posible sus debilidades o su lado oscuro evitando todo lo que conduce a la confrontación, intentando dominar el ambiente.
Al separarse de su personalidad superior y del conjunto del mundo encarnado, puede convertirse en un ser que se siente profundamente solo, incluso perdido. Solo, en la inseguridad y el miedo, su mental limitado lo proyecta en un futuro que no podrá controlar nunca puesto que es desconocido y oscuro. Puede también bloquearse en la euforia del poder artificial de las manipulaciones que crea con su voluntad para garantizar que nadie pueda amenazar la realización de su sueño. Sin embargo, todo eso conduce siempre hacia la autodestrucción generando situaciones cada vez más imprevisibles, peligrosas y no coincidentes con el potencial de su ser superior.
En el adulto el centro de actividad energético se concentra sobre todo en la cabeza y, por falta de conexión con su ser superior, en la frente por la proyección egocéntrica del mental en el futuro. Además, su razonamiento concreto tiene tendencia a tomar la parte para controlar todo despreciando la energía de armonía (amor) del corazón. La comprensión tiende a reducirse a conceptos probados y constatados con sus leyes, que se vuelven cada vez más exigentes. Administran todo en un sistema fatalista de causas y efectos que reducen la vida y la libertad por falta de apertura de conciencia.
Solamente el sabio es el que guarda el contacto con el mundo espiritual y consciente de su ser superior utilizando y desarrollando su intuición. No pierde la sensatez de la necesidad de la actividad intensa de su mental. Sin embargo, no lo emplea para controlar todo, sino para servirse como medio de comprensión y de reorientación de su conciencia y de sus actos hacia relaciones más justas en la armonía del conjunto.
Al puntualizar sobre lo que se explicaba arriba podríamos decir que la identidad del “yo” con sus construcciones del ego es como un coche. Nuestro doble superior es el conductor. De orden superior, es capaz de ver más allá de los límites del horizonte terrestre. La marca del coche es el conjunto de nuestra identidad física, emocional y mental. Contiene las cualidades y las debilidades de nuestros condicionamientos: el aspecto energía pura representa nuestro yo-niño que saca su energía de funcionamiento y de supervivencia del tanque, el sacro. Esta energía abastece el motor que forma nuestro corazón, el aspecto adolescente. Funciona como armonizador con el conjunto de nuestros cuerpos según la situación. Por fin, está el volante que orienta el conjunto hacia la evolución armoniosa del conjunto. Es el aspecto adulto.
En realidad, todos estos elementos son necesarios para poder circular o vivir. Ningún elemento debe suprimirse. Solamente, es necesario que su funcionamiento no se vuelva dominante y esté integrado completamente en el conjunto sirviendo perfectamente al conductor. Es solo él quien es capaz de conducir correctamente el coche y no el revés. Lo hará por su única persona, necesariamente de manera única, intentando afinar en la medida de lo posible las posibilidades del vehículo (los cuerpos) y perfeccionando sus defectos y debilidades según la situación en la cual se planteó, es decir, encarnó.
La ausencia de toda personalidad sería una catástrofe para el conductor porque no habría reconocimiento posible del principio creador y la energía de su fuente. Intentar eliminar la identidad con sus construcciones egóticas nos muestra que llega siempre a su reforzamiento causando desequilibrios importantes, incluso graves. Las energías del corazón corren el riesgo de convertirse en inestables y de sufrir fuertes saltos, alimentados por los impulsos incontrolados del centro del plexo (sentimentalismo) o incluso más abajo (impulsos sexuales y energéticos). Eso tiene como efecto que el corazón se embala en un mundo exaltado, agitado entre sentimientos imaginados y pensamientos ilusorios de realización. Estas exageraciones son el gran peligro de la espiritualidad.
Por el contrario, la integración mediante la alineación de nuestra identidad y las construcciones del ego, con nuestro ser superior, es la única garantía para que el potencial luminoso de nuestra alma pueda realizarse en las mejores condiciones y nos cree un futuro luminoso en vez de fatal y oscuro. Como en la parábola de los talentos, tampoco pueden desarrollarse cuando enterramos sus instrumentos.
Para hacer experiencias justas nos hace falta entonces confrontarnos con nuestras sombras para descubrir el niño original, no condicionado, capaz de unirse con el conjunto. Solamente, manteniendo esto no se estará ya en la inconsciencia sino en la conciencia de que las desviaciones posibles de nuestro ego no obstaculizan ya la armonía del conjunto. Es necesario para eso que entremos en el espíritu de servicio para la armonía del conjunto. Eso implica la buena actitud positiva y el impulso del idealismo creativo del adolescente que se abre al mismo tiempo para despertarse en la conciencia del adulto-sabio. Pues, niño-adolescente y adulto forman una unidad
En esta unidad podemos expresar en nuestros actos, pensamientos y palabras nuestra relación única y justa con nuestro principio creativo universal. Eso implica, en el marco de la convivencia, que las personalidades de cada uno se sienten referidas como elementos constructivos en la armonía del conjunto y respetan el principio que cada uno tiene que poder expresar de manera libre, única y auténtica la energía del amor incondicional (del verbo o su radiación) recibida en su persona, Sin ello no hay relaciones justas posibles entre los seres humanos, como tampoco entre seres espirituales de luz. Los actos que no respetan estos principios no pueden contribuir de manera directa a la transformación positiva del mundo, por muy elevados que se pretendan. No contribuyen tampoco a la creación de una verdadera conciencia colectiva.