Parte 1 “Quién es el « Cristo » y la naturaleza de su retorno
A la ocasión de la última visita en Barcelona hablaba con la madre superiora de un convento que es una gran maestra espiritual. Me dijo: ¿qué pensáis, lo que la Iglesia nos ha ensenado sobre el Cristo, eso no puede ser verdad, no¿ El Cristo no puede ser una persona como lo presentan ¡”.
Efectivamente, la visión eclesiástica, parece una visión que convenía hasta ahora a la comprensión antropomórfica restrictiva del hombre común para explicar la manifestación extraordinaria del divino en el hombre Jesús. Pero la naturaleza divina del Cristo, como primera manifestación conocida del amor de Dios, no puede ser limitada hacia el divino que se encarnaba en solo “una” persona, como lo fijamos generalmente en la persona de Jesús. Si sería un monopolio a Él, ninguna otra ser encarnada podría alcanzar al estado de unión divino en el amor incondicional como Él, al cual nos invitaba a todos, dándonos el seguro de esta posibilidad. Podemos comprender Cristo como una persona, pero no al modelo humano. Es una persona infinita y en este sentido impersonal, no reducida o irreductible. Pero se expresa a través de nosotros de manera personal, reducida según nuestra conciencia. Quiere decir que cada uno de nosotros tiene el sonido de resonancia única para responder a esta realidad espiritual y divina dentro de nosotros. No es solo fuera y encima.
Por la distorsión de esta realidad la Iglesia mantenía sus miembros como niños en el estado de la fe de “cristianos” a bajo de la realidad del espíritu de “Cristo”. De esta manera no podía liberarlos hacia el vivir real de la verdadera naturaleza interior de cada uno. Estar “Cristo” pide tomar conciencia de esta cualidad o valor en uno-mismo. Está pasando ahora en la humanidad que entra en su adolescencia divina. Es la base de la crisis religiosa actual como Jesús había previsto. El Cristo es en todos pero puede focalizarse más en una u otra persona según su conciencia de unión en amor realizada. Reonocemos el árbol a sus frutas para reconocer la verdad de esta unión.
Experiencias místicas enseñan que “Cristo” es un espíritu vivo de luz, no limitable. Un espíritu no tiene forma pero puede entrar en una forma o focalizarse en una forma según que es llamado o atraído. Cristo es energía de luz consciente, pero de otra naturaleza que la luz física. Es energía de luz de amor incondicional. Es transformación de amor inteligente en luz de conciencia de uno-misma. Irradia como un sol sin límites. Es una luz acogedora y penetrante que ilumina pero no deslumbra. Entrando en ella, se siente beatitud, plenitud, realización y unión total con su principio creativo de conciencia. En ella, se identifica con Cristo y su conciencia despertada como Buda, igual a Él. Resulta de esta unión una expansión sin fin, a la vez más intensa y más realista de nuestro ser en conexión con el universo mismo. Es entrar en la conciencia cósmica como lo hace la conciencia de Cristo.
La luz de esta realidad del Cristo-Buda es como la luz del nirvana, la otra orilla de nuestra realidad, en la cual Buda entraba al momento de su iluminación. Efectivamente, es la luz del aspecto lo más realizado y divino de la consciencia de nuestro Ser Superior. Es nuestra última realidad y verdad, la finalidad de nuestro camino y de nuestra vida. Cada uno lo tiene en potencia, pero no cada uno llega a acabarlo porque no se da cuenta que ya está en Él. Es porque somos encarcelados por nuestros acondicionamientos que limitan nuestra percepción, nuestra sensibilidad y nuestra comprensión. Fijando nuestros sensibilidades, causamos tensiones con la gran realidad de unión y de relaciones justas que es la esencia de la realidad Cristo-Buda. Por una aplicación errónea de nuestros deseos provocamos coincidencias de injusticia. Nos empujan en confrontaciones de insatisfacción y de oposiciones hostiles. Nos dan miedo por incomprensión y nuestra fijación en recuerdos de acontecimientos “malos” del pasado. Nos conducen a la desarmonía que nos hace sufrir.
En realidad, como el amor, Cristo es dentro todo que es belleza, todo que ofrece plenitud, todo que es realización de unión y todo que es dinamismo. Él es a través de la voz que evoca sentimientos profundos, detrás de la mirada que nos invita al compartir, el cariño de la madre para su hijo, el abrazo entre personas, el sabor de un alimento preparado con ilusión, el olor de un jardín cuidado, o una idea de esperanza compartida. A través de estos hechos podemos entrar en la realidad de nuestro Cristo interior. Perdimos mucho de esta actitud desde nuestra infancia, tomando nuestra realidad restrictiva y condicionada como una evidencia que nos conducía a reacciones automáticas. Hemos escondido el divino detrás un velo de oro de condicionamientos. Hemos estrechados la realidad maravillosa a nuestra realidad distorsionada y cortado en pedazos. Nuestra realidad es venida tan evidente que no podemos ver detrás de nuestros muros artificiales. Esta fijación del mundo material ha conducido a nuestro desconocimiento del mundo de la luz espiritual, a desconectarnos de todo aspecto religioso de la vida y de volver incluso al contrario: el ateísmo.
Como esta tendencia es general, es pues normal que la fuerza colectiva no nos empuje a ver lo que es detrás de nuestros velos. La ciencia moderna con sus descubrimientos espectaculares ha reforzada nuestra escepticismo. Muchas han perdido la fe y dan al invisible un valor de fantasía, de ilusión o algo fuera una realidad que podemos alcanzar. Pero la ciencia misma está probando que hay una realidad encima de las fronteros du sus investigaciones. Está cerca el encuentro con el divino.
Todo eso tiene su razón y tiene una parte de verdad. La realidad del Cristo no puede reducirse a la tridimensionalidad de seres personificados y encarnados en la materia densa que formamos. Su realidad pertenece a las dimensiones superiores. Tenemos solo un acceso en ellas cuando permitimos que haya un acuerdo entre nuestras dimensiones inferiores con estas dimensiones superiores. Toda comunicación supone una interactividad de ondas compatibles. Para eso falta abrirnos, lo que parece como saltar en el vacío del desconocido. De verdad la unión no es conocida para nuestras dimensiones que separan todo. Pero las dimensiones superiores convergen todos finalmente en la unión multidimensional de “una” gran realidad. Significa hacer un salto cuántico que transcendé a uno-mismo en una realidad de cualidad diferente. Es la cualidad del incondicionado o de la libertad del amor divina.
Este acuerdo supone ir más allá de nuestros límites aparentes. Es solamente posible con la energía del corazón. El corazón transporta las cualidades del poder, del carisma y de la luz de la conciencia para realizar el amor incondicional de la unión multidimensional en Cristo. Somos todos “Cristo”. Es nuestra verdadera naturaleza pero no alcanzamos ya hacia esta realidad de amor realizado por falta de conciencia y de experiencias de abertura multidimensional.
Es interesante de ver en este contexto el papel de nuestros deseos. Nuestros deseos están traducciones concretas del dinamismo del amor del ‘Cristo” en nuestra alma. Nos animan para descubrir esta realidad de amor detrás sus objetos y objetivos. Permiten nos dar conciencia de la falta de plenitud, de perfección y de realización de unión cuando los fijamos. Nos empujan siempre más lejos hasta que descubrimos el amor que se esconde detrás de ellos. Desde este momento comprendemos el sentido de nuestros deseos como inspiración divina. Hasta este momento podemos solamente verlos como buenos o males según normas condicionadas por el nivel limitado del despertar de nuestra conciencia individual y colectiva.
Al nivel del plan divino, el retorno del Cristo corresponde al fin de un conjunto de diferentes ciclos cósmicos en cual las fronteras del espíritu cósmico (éter) diferenciado en particularidades de luz deben ser transcendidas hacía uniones de luz más coherentes con el espíritu de amor de Cristo. Hay diferentes niveles de ciclos cósmicos, largos, medianos y cortos según cuales el espíritu se materializa y la materia se espiritualiza en diferentes niveles para encontrarse en comunicaciones y relaciones siempre más armoniosas y justas. Permiten que las dualidades del desdoblamiento del espacio, del tiempo, y de la fuerza cósmica sean permanentemente mutables y en acuerdo con el potencial creativo e inmutable de la energía original de su fuente. Esta energía original contiene en su esencia la voluntad o el deseo infinito de la perfección de su diferenciación sin límites, la belleza entre las causas y efectos del manifestado y del no manifestado, la unión inteligente e inteligible como ideal para la realización de conciencia y en fin la magia de la creatividad que celebra la vida para religar todo continuamente con la sabiduría infinita de la esencia de su Espíritu de amor incondicional. Este mecanismo es el propio de la vida divina cósmica.
Cada ciclo tiene su nivel particular. Funciona al mismo tiempo como eliminador y acumulador de energías de diferentes niveles en la gran escala de la energía cósmica. Entre los diferentes ciclos hay diferentes grados de coincidencias que pueden, por interactividad con energías de otros niveles, reducirse más o menos a un valor neutro o cero por efecto de síntesis (lo que pasa por ejemplo con una inversión de polaridad). Esta reducción depende de la armonía entre su involución y evolución y permite coincidencias que provocan saltos donde el resultado no es cuántico pero cualitativo por el efecto más armonioso en el conjunto de la inteligencia cósmica.
En esto contexto no podemos más contar con nuestro sistema decimal común, pero con un sistema aritmético de síntesis, dando un valor de nombre que cambio de escala según el contexto del valor uno al infinito.
El retorno del Cristo cósmico va junto con un salto cósmico de nuestro sistema solar y su entorno hacia una nueva armonía de relaciones más justas de sus elementos, permitiendo a la vida que contiene progresar en el mismo sentido de perfección, de belleza, de unión y de conciencia.
La gran Invocación, llave del progreso de la vida divina
La Gran Invocación esta transmitido desde el plan divino a la humanidad, conforma a su nivel de conciencia al fin del ciclo solar actual. Es transmitido para facilitar el encuentro de la luz de la conciencia del espíritu Cristo-Buda con la conciencia del ser humano, por tanto que sea abierto a esta esencia divina, cual que sea su nivel de evolución. Sin embargo contiene el código cósmico del libro de la vida cósmica.
La energía cósmica se desarrolla a través de espirales que forman círculos o ciclos. En su manifestación matemática los círculos pueden ser reducidos a triángulos desde el principio que cada energía es en esencia de naturaleza trinitaria:
1. la
fuerza involutiva que nos informa de su
intención inteligente (voluntad de abertura).
2. la fuerza regulativa que nos transmite la intensidad de su potencial de intercambio (intención del servicio al conjunto)
3. la fuerza evolutiva, el sentido de perfección o el valor inteligente de armonización que es focalizado (la perfección o armonización del conjunto).
La unión o el acuerdo dentro de esta trinidad es la energía central de la fuerza real. Es neutro o libre, fusional, permitiendo el salto cuántico o la trascendencia del plan afectado en una cualidad superior.
En la Gran invocación la energía involutiva esta evocado por el centro donde la voluntad de Dios es conocido. Corresponde al nivel cósmico al centro GRAU de los diagonales en la Constelación del Oso Mayor. Refiere a la situación del potencial interactiva actual del sistema solar en relación con su ciclo alrededor de las Pléyades. Al nivel humano este centro corresponde al centro energético (6°chakra) en el medio de la materia gris de nuestra cabeza. Es en formación y el frente (ajna) es solamente una proyección de él. Se llama el centro “alto menor”.
La energía regulativa es evocada por el punto de amor en el corazón de Dios. Corresponde al nivel cósmico al centro PAU (paz) de los diagonales en la Constelación del Oso Menor. Refiere al pasado del ciclo de precesión de la tierra alrededor del sol y la posibilidad actual de adaptación de la tierra. Al nivel humano corresponde al centro de luz en el corazón físico.
En fin hay la energía evolutiva, evocada por el punto de luz en la mente de Dios que indica la dirección de la evolución cósmica. Es presentada al nivel cósmico para la estrella polar actual, Polaris. Indica la dirección general de nuestra evolución en el contexto cósmico en dirección del Gran Atractor o el punto Omega vía Kalki (el caballo de Krishna). Al nivel humano es el centro del alma encima de nuestra cabeza que nos conecta con nuestro Ser Superior. Se llama el centro “alto mayor”.
En esta configuración el sol, entrando en la nebulosa de oro (una concentración de luz cósmica), se situá en relación de las Pléyades en el principio de un nuevo ciclo de 25.920 años. Se traduce por una intensificación de energía de luz cósmica, más original o transcendente, dentro de nuestro sistema solar, estimulando fuertemente la vida terrestre y nuestra vibración atómica. Al nivel humano esta nebuloso es la irradiación del aura cuando nuestro corazón y nuestra cabeza están alineados y conectados con el centro (alta mayor) de nuestra alma, encima de nuestra cabeza.
El plan divino del retorno del Cristo es simple y realista. No hay otro secreto o misterio detrás de esta providencia para el desarrollo cíclico de la creación y su sentido de perfección infinita. Es lo que es.
El aspecto cíclico de la bajada divina concorde siempre con las condiciones concretas de los planes inferiores de la creación. Sin esta concordancia no hay coincidencias inteligentes posibles permitiendo una interactividad o comunicación armoniosa entre espiritualización de la materia (eterización) y materialización del espíritu divino (realización por focalización divina). El plan divino es infinitamente inteligente, realista y eficaz. Se comprende que corresponde al contexto actual planetaria que necesita el despertar de la conciencia humana a un nivel superior de naturaleza colectiva. Por eso el Cristo, esencia de amor vivo, retorna también en su cualidad de Buda como instructor mundial o de portador de luz, despertador de la conciencia cósmica y colectiva. Lo hace con compasión para cada nivel (boddhisattva). Por eso debe venir al simple nivel del ser humano para que el trabajo iniciático de síntesis sea comprendido como el camino de la ascensión de nuestra conciencia hacia un nivel superior. Es en concreto para la luz de la convivencia que el ser humana podría pasar por la puerta de la conciencia colectiva y ajustar sus relaciones. Por eso la bajada del Cristo se hace primero en el nivel colectivo antes de focalizarse en el nivel individual para estar reconocido en el ser humano.
Ningún nuevo orden del mundo será posible sin la dimensión espiritual de una conciencia colectiva dinámica y abierta. Ningún grupo estará capaz de obtener un resultado coronado con éxito sin esta dimensión no limitada de la conciencia colectiva, por causa de las tensiones que la falta de esta conciencia provocara. Sus efectos destructivos provocaran en concreto inevitablemente siempre más oposiciones, divisiones, separaciones y exclusiones. Ningún religión, ningún sistema política, ningún sistema social y económica podría sobrevivir sin cambiar en este sentido. La nueva energía no es más una energía de desdoblamiento sino una energía de unión como la energía del corazón.
La crisis actual del mundo tiene su origen en la falta de la conciencia colectiva, de una realidad que va encima de las visiones individuales encarceladas. En un mundo con siempre más grandes concentraciones de encarnaciones, la vida pone su sobrevivir en peligro, cortándose de sus fuentes. En efecto, causa más y más coincidencias catastróficas, no controladas por falta de relaciones justas. Falta una interactividad armoniosa entre valores espirituales y expresiones materiales. Las flores, cortadas de sus raíces, al final mueren. No sirve a calcular y probar que la tierra puede suportar más gentes para alimentarlos y que falta ser siempre más productivo. Antes de llegar a esto, continuando vivir con esta falta de conciencia colectiva, con desigualdades siempre más injustificables, necesitando ya tres o más planetas para que todos vivan a un nivel de igualdad aceptable, ya habremos destruido todos nuestros recursos.
Ahora conocemos la razón divina del plan del retorno del Cristo-Buda. Corresponde a la perfección cíclica en el universo. Al mismo tiempo es una respuesta a las condiciones humanas en crisis para cerrar la puerta de su malestar. Nos falta entonces investigar estas condiciones para comprender los señales que indicaran más en concreto los espacios, el tiempo, y la fuerza en, por y con cuales el espíritu del Cristo-Buda se manifestara y se focalizara. Será el objeto de la segunda parte. Va intentar hacer el punto de dónde estamos en la transformación actual de las condiciones del mundo para facilitar el retorno del Cristo como una nueva comunicación hacia una alianza más cerca de la fraternidad y de solidaridad entre el divino y el humano. El hombre pasara del arco exterior de la Alianza del pasado a la realidad interior del Cristo de su Ser Superior por una conexión divina, viva y consciente con su alma en su corazón por intermedio de la iluminación de su cabeza.